Chaihuín

28.03.2022

por Patricio Carrillo L.

Chaihuín es una hermoso balneario ubicado a 30 km al sur de Corral, se emplaza en el río Chaihuín. Su extensa playa es de arenas blancas, con numerosas dunas. Allí se sitúa la Reserva Alerce Costero, protegida por la ONG THE NATURE CONSERVANCY. Allí hay bosque, playa, río y mar. Actualmente existe una hermosa carretera que va bordeando el mar.

La primera vez que oímos hablar de ese lugar fue cuando Washington e Ismael nos conversaron que al sur de Corral existía esa playa. Washington nos invitó a Miguel, el Chepo, al Conejo López, al Guatón Campana y a mí. Creo que era el mes de diciembre de 1969, todos promediábamos los 17 años. Por aquel entonces poco se conocían las mochilas y las carpas, pero igual nos entusiasmamos para ir, con las puras patas y el buche, juntamos algunos víveres básicos como: arroz, fideos, té, café, azúcar, pan y algunas latas de pescado. En unos bolsos viejos también llevamos algo de ropa y una frazada.

Por aquel entonces existía un camino de difícil tránsito, habilitado para camiones que traían trozos de madera nativa a Corral, especialmente alerce. La única manera de llegar hasta allá era por medio de estos camiones o a pie. Tuvimos suerte que un camión nos llevara hasta allá.

Una vez en el lugar nos arranchamos en la casa del profesor de la escuela, y pudimos contemplar en todo su esplendor la belleza del lugar; la hermosa e inmensa playa con sus numerosas dunas, el río que contenía los famosos choros zapatos, la inmensidad del bosque con el clásico y hermoso canto del chucao, y el imponente mar que golpeaba la playa noche y día. La descripción del lugar que nos habían hecho, quedó corta.

Lo primero que hicimos fue tomar una taza de té y enseguida recorrimos la extensa playa. Al día siguiente Conejo fue designado como cocinero oficial, dijo que haría "arroes rellenos", cuando regresamos de la playa, nos encontramos con un "sango" , que de sólo mirarlo daban retorcijones, pero igual tuvimos que comerlo, pues estábamos cagados de hambre. Por la tarde volvimos a la playa, allí nos encontramos con un niño que nos preguntó si iríamos a la fiesta de esa noche, le dijimos que no estábamos invitados, pero él insistió, es una fiesta en beneficio del deportivo así es que vayan no más, es en esa casa que se ve en la cuesta,  es donde mi tío Pancho Colipai.

De inmediato se convocó a un consejo y por unanimidad se acordó asistir. Pero de inmediato surgió la eterna pregunta ¿cabros y tenemos plata?, cada uno buscó en sus bolsillos, con cueva reunimos para una docena de empanadas y unas cervezas, pero igual dijimos, vamos no más, en el camino se arregla la carga.

A todo esto, Costilla debió viajar a Corral y regresaría al día siguiente.

Apenas llegamos a la fiesta, hicimos la pedida; una docena de empanadas y cerveza, como queriendo decir : "que no se note pobreza", de inmediato entablamos conversa con los pescadores, le dijimos que estudiábamos para ser profesores, aaaahh que bueno dijeron, se nos acercó uno de ellos y se presentó :

¡Hola , soy el Pingucha! a ver cabros, dirigiéndose al resto les dijo, traigan una docena de empanadas y ponche pa´atender a los amigos de Valdivia... ¡salud!... ¡salud!

Empezó un desfile interminable de copetes que daba miedo, al poco rato, nuestro amigo conejo estaba pat´e laucha, así que dicidimos ir a dejarlo al refugio, ¡pero cómo se van a ir si la fiesta recién comienza!, nos dijeron... ¡¡Nooooo !! si vamos a dejar a nuestro amigo y regresamos.

Dejamos a Conejo durmiendo y volvimos en el acto, el DJ ya colocaba los mexicanos y se armaba el baile; Miguel le echó el ojo a la más buenamoza de la fiesta, unos ojos azules como el mar de Chaihuín y un cuerpecito bien proporcionado que usaba ropita bien ajustada para resaltar las presas. Yo por mi parte , invité a bailar a una lugareña, no tan estilizada, más bien diríamos robustiana, era que no, con tanto pescado, marisco y cochayuyo, y nos lanzamos a la pista, dele no más, las patas se deslizaban solas por el entablado, desde las mesas todos animaban la fiesta; "porque me voy, me voy, no sé si volveré, recuerdos de una ingrata en mi alma llevaré", así decía la canción que coreaban todos los asistentes y fue la más escuchada en toda la noche.

En la mitad del baile, llamamos a Miguel para decirle:

¡Oye weón, ten cuidado, esa mina es casada!

A lo que nos respondió :

¡¡Güeno, y que mierdas les importa a ustedes... yo veré!!

Y volvió a la pista a continuar bailando de lo lindo. Los sonidos de los charrasqueados acallaban el sonido del mar.

Cuando llegaron las primeras luces del alba, decidimos que era hora de volver, dimos las gracias y partimos de vuelta, íbamos todos abrazados caminando en zigzag, como trompos cucarros, a duras penas encontramos nuestro refugio y nos estábamos acostando cuando a Miguel se le ocurrió la brillante idea de volver a la fiesta porque no se había despedido de su mina, ahí mismo le dijimos:

¡Acuéstate mierda, si quieres volver será mañana!

No hay mezcla más explosiva que un curado y califa!

Al día siguiente, los pescadores nos llevaron de regalo dos sacos de choros zapatos, quedamos maravillados de ver choros tan grandes.

De inmediato se hizo una fogata y se fueron colocando los choros, a medida que se iban abriendo los íbamos comiendo con limón y vinito blanco. Un banquete que nunca habíamos comido, al decir de los italianos "bocato di cardinali"

Después nos fuimos a tender a la playa, el sol y el aire tibio completaban nuestra felicidad, ¡qué hermosa juventud!

Las provisiones estaban en 0, no nos quedaba otra que volver, pero los camiones iban llenos de trozos y no nos llevarían de vuelta porque era muy peligroso. Un pescador nos dijo que un bote pesquero pronto partiría hacia Corral, sin ninguna demora fuimos a ver si podían llevarnos, claro nos dijeron y en el acto nos embarcamos. No había transcurrido mucho tiempo cuando el mar comenzó a levantarse, nuestro bote se transformó en algo insignificante en medio de olas gigantes, todos nos asustamos y comenzamos a marearnos, parecía que nos habíamos subido a una montaña rusa, nos acercamos a la orilla del bote y los deliciosos choros que habíamos comido, volvieron abruptamente al mar, entre tanto los pescadores nos contemplaban cagados de la risa.

A duras penas llegamos a Corral, allí fuimos a la casa de Costilla, su madre nos recibió como al hijo pródigo, con mucho cariño y una paciencia de santa, pues apenas llegamos tomamos los instrumentos que en esa casa había: guitarras eléctricas, bajo, acordeón, batería, etc. Cada weón era una músico destacado, el ruido era ensordecedor. Todavía no entiendo cómo la santa madre de Washington no nos echó cagando. Tal vez algunos piensen que fuimos unos sinvergüenzas por instalarnos algunos días en casa del Costilla, pero en realidad sólo nos estaba retribuyendo todo el pan que día a día nos pedía en clases.

Este es una de las aventuras que más recordamos, pese a que han pasado ya muchos años. Tal vez esta historia para muchos no les dirá nada, y nunca estará a la altura de las que podría contar Emilio Salgari o la Isabel Allende, y sin embargo tiene el mérito de reflejar una amistad sincera y trasparente que pese a que han transcurrido varias décadas, aún permanece incólume

Si aún no han ido a Chaihuín, ¡qué mierdas están esperando!

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